Relatos de la Guardia Civil
RELATOS: EL CONVENTO.
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- Categoría padre: Guardia Civil
- Categoría: Relatos
- Publicado el Viernes, 12 Agosto 2016 21:48
- Escrito por Antonio Mancera
Las campanas de Fuentes de Andalucía daban alegremente al aire sus sonidos en la tarde del 14 de Junio de 1858.
Todos los vecinos, sacando al sol sus más selectas ropas, acudían alegres hacia la Iglesia de Religiosas Descalzas de la villa, y alegres niños jugaban bajo loe muros del convento que miran al mediodía.
No es de extrañar esta alegría en los pueblos católicos, cuando la festividad que celebran es una de las más grandes de nuestra Religión: el Corpus-Christi.
En ese día los católicos consagran el incienso de sus oraciones al sagrado Cuerpo en que el Hijo de Dios tomó humana forma para redimirnos, muriendo por nosotros crucificado sobre las cumbres del Gólgota.
La procesión había recorrido ya las calles; los vecinos se habían retirado después de ella á sus moradas, y volvían á salir acudiendo á la Iglesia donde estaba de manifiesto el Santísimo Sacramento y donde comenzaban las oraciones vespertinas propias de aquel señalado día.
Los rezos de las veintidós monjas del orden descalzo que habitaban el convento, se percibían claramente y por intervalos sus tocas de blanca pureza aparecían tras las espesas celosías.
Pero de pronto, todo aquel conjunto de oraciones, de alegría, de expansión, de confianza cambió por completo tomando la mas opuesta faz.
Los alegres gritos de las campanas se trocaron en lúgubres tañidos; los rezos en gritos de espanto y atonía y la calma en grupos de personas asustadas que separándose precipitadamente de la Iglesia corrían víctimas de un invencible pánico á buscar en otros lugares la seguridad que sin duda faltaba allí en aquellos momentos.
La causa de esta rápida trasformación, que sin duda adivinarán ya los lectores, vamos á explicarla en breves líneas.
Eran las dos y media de aquella tarde, cuando ya por casualidad ya por descuido, una de las luces que alumbraban el santuario comunicó su llama á varios objetos cercanos. El fuego se propagó con increíble velocidad y los primeros improvisados esfuerzos no consiguieron la menor ventaja sobre él.
El incendio tomó un lado de la Iglesia y lanzaba sus llamas hacia el coro.
Pronto apareció en el lugar del siniestro la fuerza de la Guardia Civil destacada en aquel pueblo, y compuesta del cabo 1.° José Marqués Cáceres, comandante de puesto; y los Guardias 2º Juan Mateo Rodríguez, Gabriel Domínguez, Antonio Alonso Fernández, Juan Rodríguez García, Manuel Moreno Paz y Silvestre Martin.
El trabajo dio principio con la urgencia que el incremento tomado en breves momentos por las llamas, recomendaba.
La viejas maderas de la Iglesia, los paños y otras materias daban tan fácil alimento al fuego que los moradores de las casas unidas al convento temieron por la seguridad de sus moradas muy comprometidas entonces.
Allí era el multiplicarse los Guardias mencionados, bajo las acertadas disposiciones del cabo José Marqués. Una hora de aquel trabajo excesivamente penoso hubiese dejado fatigado á cualquier hombre.
Era necesario salvar á las atribuladas religiosas que veían en gravísimo riesgo sus existencias consagradas á Dios en aquel templo de la oración cristiana.
Se lanzan al coro algunos de los Guardias y allí las encuentran inmóviles, acobardadas sin poder moverse esperando con santa resignación en las almas y lividez de temor en las fisonomías, el fin que la Providencia las tuviese deparado en sus misteriosos decretos.
Las infunden valor con algunas frases que prometían seguridades, y después de bastantes esfuerzos para afianzar estas logran sacar de aquel sitio á tan débiles mujeres, trasladándolas con ejemplar respeto á la vecina casa de D. Fernando Armero.
Una de ellas, conducida por el cabo Cáceres iba moribunda: la asfixia se había apoderado totalmente de sus sentidos causándola la muerte al siguiente día.
La Iglesia toda fue devorada por el fuego que á las once de la noche había abatido al fin sus llamas vencido á su pesar por los inauditos esfuerzos de los Guardias y de algunos, aunque pocos vecinos.
La Iglesia quedó casi en su totalidad reducida á pavesas. Los Guardias á pesar de algunas leves contusiones y quemaduras, no se habían dado momento de reposo durante ocho horas; y no descansaron aun.
A las ocho de la mañana del día siguiente, continuaban aun allí salvando las imágenes é innumerables efectos que hasta el amanecer habían disputado al fuego.
La página que en este día conquistó la historia de la Guardia Civil encierra un mérito incuestionable y no poca parte de honra para el cabo José Marqués y los Guardias de su mando.
Prueba de ello son las gracias que de Real orden les fueron dadas por este humanitario servicio acompañadas de una cruz de María Isabel Luisa.
Himno Guardia Civil