Corría el año 1920, dos guardias civiles, Cristóbal Ortega Rojas y Eduardo Guzmán Gamero, daban escolta, desde Guadix a la localidad de Urgijar, a unos gitanos como responsables del robo de unas caballerías, estos iban acompañados de sus mujeres e hijos, todos pertenecientes al clan de los Tartajas, familia habitual en este tipo de robos.

Una de las mujeres llevaba en sus brazos una niña pequeña. El guardia Guzmán, al percatarse del frío que iba pasando la pequeña, desmontó y subió a la niña a su caballo, donde la cubrió con su propio capote.

Al coronar el Puerto del Lobo se detuvieron para comer, ofreciendo los guardias que eran hombres amables, a aquellos a los que custodiaban, incluso de su propia comida, quitándoles las esposas para que pudieran comer y beber a gusto.

De repente y en un descuido, la mayor de las mujeres llena de odio, se abalanzó desde atrás con su cuchillo, hiriendo de muerte a uno de los guardias, con la sorpresa del ataque, el resto atacó al segundo guardia y también lo mataron. En un arrebato de cólera los mutilaron, les sacaron los ojos e incluso cuentan periódicos de la época que una de las mujeres les cortó sus partes intimas y las llevaba como trofeos.

Pero el triunfo no duró mucho. Pocos días tardaron los compañeros de los fallecidos en capturar de nuevo a los homicidas, a los que tuvieron proteger, y protegieron como no podía ser de otra forma, de las iras y los intentos de linchamiento por parte de los lugareños, hasta poder depositarlos sanos y salvos en la cárcel de Granada.

En el juicio que se celebró en Urgijar, la mujer que había comenzado el ataque e incitado a sus compañeros al crimen fue sentenciada a morir en el garrote vil y al resto a varios años de cárcel.