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Historia de la Guardia Civil

HISTORIA GUARDIA CIVIL - DESDE ALFONSO VI HASTA LOS REYES CATÓLICOS. (1073 Á 1474) CAPITULO TERCERO

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CAPÍTULO III.

santa hermandad2Origen de la Hermandad Vieja de Toledo.— D. Fernando III (el Santo).— Rápida ojeada sobre su época y los principales acontecimientos de su gloriosa vida.— Establecimiento de las Hermandades Viejas de Ciudad-Real y Talavera de la Reina.— Derecho llamado de la Asadura.— D. Alfonso X y D. Sancho IV confirman los privilegios á las Hermandades.— Bula del Papa Celestino V concediendo á las Hermandades el título de Santa y Real. — D. Fernando IV confirma sus privilegios y les concede el uso del sello.— Confirmación de los mismos privilegios por D. Alfonso XI.

 La Hermandad Vieja de Toledo, que más adelante, y juntamente con las de Ciudad-Real y Talavera, recibió el dictado de Santa y Real, es sin disputa la primera, y la que más remota antigüedad se formó con el objeto exclusivo de perseguir cierta clase de crímenes, principalmente el robo en despoblado. Así se desprende de muchos documentos que hemos tenido á la vista, entre otros, de las Ordenanzas del ilustre Cabildo de la misma hermandad, aprobadas por el Rey D. Felipe V y señores de su Real y Supremo Consejo de Castilla, en 4 de junio de 1740; en cuyo preámbulo manifiesta el caballero encargado de su redacción, que no existía en sus archivos ningún documento que acreditase la fecha de su establecimiento. De la misma manera se expresa la citada Corporación en el primer párrafo del Memorial que presentó á S.M. D. Carlos III, para la aprobación del cabildo de 1761, en que se señaló á cada individuo la clase de uniforme que debía usar, con arreglo al Real privilegio de 21 de mayo del mismo año. Tanto en un documento como en otro, se dice que es imposible asegurar el año fijo de la formación de esta hermandad, teniendo que recurrir para ello á la tradición; y que el documento más antiguo que se conservaba en el archivo de la misma, era un privilegio, en pergamino escrito en idioma latino, dado por el Sr. D. Fernando III (el Santo), el día 3 de marzo del año 1220, tercero de su reinado, á favor de los colmeneros de Toledo, confirmándolos en el derecho de cazar en los montes de dicha ciudad, que ya les había sido concedido por los Reyes sus predecesores, así como también en los fueros y costumbres que tenían desde el mismo tiempo.

En el documento que examinamos, D. Fernando III no hace más que confirmar un privilegio de que ya gozaban los colmeneros de los Montes de Toledo en tiempo de su abuelo D. Alfonso. El héroe de la Navas de Tolosa, D. Alfonso VIII era abuelo materno de San Fernando, como padre de doña Berenguela; pero San Fernando no dice que D. Alfonso VIII fué el que concedió el referido privilegio; además, en la reseña histórica que de la hermandad de Toledo se hace en el preámbulo de las Ordenanzas citadas anteriormente, se dice que dicha hermandad se hallaba comprobada ya en el tiempo del Sr. D. Alfonso el Emperador. D. Alfonso VII es el conocido en la cronología de los Reyes de Castilla con el dictado de Emperador, si bien el primero que tomó este insigne título fué D. Alfonso VI, después de la conquista de Toledo; y si en tiempo de D. Alfonso VII se hallaba ya comprobada la hermandad, no admite la menor duda que su formación data desde el reinado de D. Alfonso VI, y que este glorioso Monarca es acreedor á las alabanzas que merecen todos los fundadores de instituciones útiles á la sociedad y á la causa de la civilización.

Por último, para corroborarnos más y más en nuestra opinión, sólo nos basta echar una ojeada sobre la historia, y fijar nuestra atención en las disposiciones que adoptó D. Alfonso VI, después de la toma de Toledo, para que no se volviese á perder tan importante conquista. La ciudad de Toledo se rindió á las armas de Castilla el año 1085 ó 1083 de la era Cristiana, según las diversas opiniones de los historiadores, mediante la siguiente capitulación: el alcázar, las puertas de la ciudad, los puentes y la huerta del Rey, lugar fresco, ameno y delicioso, se habían de entregar al Rey D. Alfonso; el Rey moro podía partir libremente á la ciudad de Valencia ó adonde el más quisiere de sus dominios; la misma libertad habían de tener los moros que le quisiesen acompañar, los cuales podían llevarse consigo sus riquezas muebles y el menaje de sus casas, á los que se quedasen en la ciudad se les habían de conservar sus haciendas y heredades; la mezquita mayor quedaría en poder de los moros, para que en ella celebrasen sus ceremonias religiosas; no se las había de imponer más tributos que los que antes pagaban á sus Reyes, y habían de tener Jueces de su propia nación para que los gobernasen con arreglo á sus leyes y fueros.

Con tan ventajosas condiciones, la mayor parte de los moros se quedaron en sus casas, siendo tan grande su número, que había un peligro inminente de que otra vez se alzaran con la ciudad; y para evitar este inconveniente, resolvió D. Alfonso permanecer en Toledo hasta tanto que se poblase bien de cristianos. Por medio de edictos invitó con casas y posesiones á todos los que quisiesen venir á poblar en Toledo y sus cercanías, con lo cual acudió gran número de gente, y mandó muchas compañías de soldados por toda la comarca y Reino de Toledo para allanar lo que restaba, empresa fácil por estar los moros amedrentados y ver que era imposible el conservarse, perdida la capital; y así, en poco tiempo cayeron en poder de los soldados cristianos muchas villas y lugares, siendo los de más importancia Maqueda, Escalona, Illescas, Talavera, Guadalajara, Mora, Consuegra, Madrid, Berlanga, Buitrago y otros muchos pueblos antiguos que caían cerca de Toledo, fuertes y de campiña fértil y fresca. Necesariamente en la parte más áspera y montuosa de la comarca de Toledo, tanto por haber sido siempre, y más entonces, después de seis años de guerras terribles, semillero de criminales, como por vigilar á la población mora que en ella quedaba, debió señalar terrenos el Rey D. Alfonso VI á los soldados más aguerridos de su Ejército; y como antiguamente eran las colmenas uno de los ramos más productivos de la agricultura, debieron aquellos soldados aprovechar las ventajas con que el país les brindaba, para establecer extensos colmenares, y de aquí tener origen la hermandad de los colmeneros de la ciudad y montes de Toledo, que desde tan remota antigüedad, y sujeta como todas las instituciones humanas á las vicisitudes de los tiempos, se ha conservado hasta bien entrado el presente siglo.

Creemos haber llevado la crítica en estas investigaciones hasta los límites de la razón y del buen sentido, y dejar probado suficientemente el origen de la hermandad de Toledo. Pero antes de proseguir su historia, conviene que hablemos de la fundación de las hermandades de Ciudad-Real y Talavera, las cuales, incorporadas á la de Toledo, formaron una sola hasta su extinción.

Las hermandades de Ciudad-Real y Talavera deben su fundación á D. Fernando III (el Santo). Este Monarca, cuyo nombre venera la Iglesia Católica por sus virtudes, y que ocupa un lugar tan distinguido en la historia por sus gloriosos hechos y los notables acontecimientos de su reinado, como todos los grandes hombres, y principalmente como todos los grandes Reyes de la nación española, su advenimiento al Trono fué tan singular, y en los primeros años de su reinado fueron tantas las vicisitudes porque pasó, que no podemos resistir al deseo de dar á conocer este coloso del Siglo XIII, siquiera sea á grandes rasgos.

Los Reinos de Castilla y de León, unidos bajo el cetro poderoso de D. Alfonso VI, los heredó asimismo su nieto D. Alfonso VII, el cual, á su fallecimiento, volvió á separarlos, dejando á su hijo D. Fernando, el de León y Galicia, y á su hijo D. Sancho, el de Castilla, con el señorío de Vizcaya y otros Estados. De D. Sancho nació y heredó el Trono de Castilla D. Alfonso VII (el Noble ó de las Navas), apellidado así por la famosa batalla de las Navas de Tolosa, que allanó á los cristianos los pasos de Sierra Morena y las entradas de Andalucía. De D. Fernando nació D. Alfonso IX. Este Rey casó con doña Berenguela, la mayor de las hijas de D. Alfonso VIII; y de este matrimonio, que al cabo de algunos años tuvo que disolverse por una bula de Inocencio III, motivada por el parentesco que entre sí tenían los contrayentes, nació D. Fernando III, bajo cuyo cetro se habían de volver á unir para no separarse jamás los Reinos de Castilla y de León.

El año de 1214 murió D. Alfonso VIII, dejando la corona á su hijo D. Enrique, el primero de los Reyes de este nombre, niño á la sazón de 11 años. Su mujer, doña Leonor, quedó encargada del Gobierno y de la tutela del Príncipe; pero habiendo muerto poco tiempo después que su marido, nombró en su testamento á su hija doña Berenguela para que la sucediese en el gobierno del Reino y en la tutela del Rey. Esta Princesa es una de las flores más brillantes que ha producido la corona de Castilla. ¿Quién podrá encarecer bastantemente las virtudes de esta señora, dice el profundo historiador P. Mariana, su prudencia en los negocios, su piedad y devoción para con Dios, el favor que daba á los virtuosos y letrados, el celo de la justicia con que enfrenaba á los malos, el cuidado en sosegar algunos señores que gustaban de bullicios, y que el Rey su hermano se criase en las costumbres que pertenecen á estado tan alto? sólo le aquejaba la muchedumbre de los negocios y el deseo que tenía de su recogimiento y quietud. Olieron esto algunos que tienen por costumbre de calar las aficiones y desvíos de los Príncipes para por aquel medio encaminar sus particulares; en especial los de la casa de Lara, como acostumbrados á mandar, procuraron aprovecharse de aquella ocasión para apoderarse del Gobierno.

En efecto, los Condes de Lara, conocidos en la historia de España por sus desmanes y turbulencias, conociendo perfectamente el carácter de doña Berenguela y su mucha modestia, comenzaron á intrigar para que depositara en sus manos el Gobierno del Reino y la tutela del Príncipe. A este fin consiguieron con dádivas y promesas poner de su parte á un caballero llamado Garci Lorenzo, á quien doña Berenguela estimaba mucho, el cual, abusando de la bondad de su señora, lisonjeando sus pacíficas inclinaciones y ponderando las grandes dificultades que traía consigo la ardua tarea de gobernar á los pueblos, llegó á inducirla á que, consultando en una junta á los Obispos, señores y ricos-hombres, hiciese renuncia de sus poderes. Preguntados los más de los que acudieron á la junta, se adhirieron al parecer de Garci Lorenzo, y se conformaron con la voluntad de la Princesa gobernadora, dice el mismo historiador antes citado, unos por no entender el engaño, otros por estar negociados, otros por aborrecer el Gobierno presente como de mujer, y ser cosa natural de nuestra naturaleza perversa creer de ordinario que lo venidero será mejor que lo presente.

Estando en estos tratos ocurrió el volver de Roma el célebre Arzobispo de Toledo D. Rodrigo Ximénez, que había ido al concilio de San Juan de Letrán convocada por el Papa Honorario III. Sumamente disgustado al ver la resolución de doña Berenguela, y no pudiendo deshacer lo ya hecho, sólo se atrevió á exigir al de Lara que hiciese juramento en sus manos de que miraría por el bien común y de todo el Reino, en particular que no daría ni quitaría tenencias y Gobiernos de pueblos y castillos, sin consulta Reina y sin su voluntad; que no haría guerra á los comarcanos ni derramaría nuevos pechos (contribuciones) sobre los vasallos: y, finalmente, que á la Reina doña Berenguela tendría el respeto que se debía y era razón tenerle á la que era hermana, hija y mujer de Reyes; creyendo con esto, vuelve á decir el indicado autor, que en todo procedería bien el ambicioso Conde; como si cosa alguna pudiese enfrenar á los ambiciosos, y si el poder adquirido por malos medios tuviese de ordinario mejores los remates.

Viéndose ya el Conde D. Alvaro de Lara, dueño absoluto del poder y de la persona del joven Rey, dio rienda suelta á sus pasiones desordenadas y malos instintos, oprimiendo á los pueblos, desterrando y vejando á los nobles, y atacando las inmunidades del clero. El Deán y Vicario de Toledo se vio en la necesidad de fulminar una excomunión contra D. Alvaro. La nobleza, pesarosa de los males que sufría, acudió á doña Berenguela, la cual recordó á D. Alvaro su juramento; pero irritado con tal aviso el ambicioso Conde, se apoderó del estado y pueblos de la misma Reina, y hasta llegó su osadía á mandarla salir del Reino. Doña Berenguela para evitar mayores inconvenientes y poner á cubierto su dignidad ofendida por aquel desleal vasallo, se retiró con su hermana doña Leonor, al castillo de Otella, plaza muy fuerte cerca de Palencia.

No había medio de cortar los vuelos al desapoderado regente. A nombre del Rey invadía los estados de los señores más principales y los arrojaba de sus castillos. La nobleza castellana, que sin embargo de algunas excepciones como los Condes de Lara, siempre desde su origen ha dado las mayores pruebas de adhesión y lealtad á sus Reyes, no se atrevía á derrocar á mano armada de su alto puesto á aquel insensato que tan mal uso hacía del supremo poder de que se hallaba investido; antes por el contrario, sufría con resignación tamaños ultrajes por no aparecer rebelde al Trono. D. Suero Tellez Girón, caballero de muy antiguo y noble linaje, y adicto á doña Berenguela, se hallaba en Montealegre, plaza fuerte y bien guarnecida de soldados, y además podía en caso necesario ser socorrido por sus dos hermanos D. Fernando Ruiz Girón y D. Alonso Tellez Girón. D. Alvaro, á nombre del Rey mandó poner sitio á esta plaza; pero D. Suero Tellez Girón, aunque hubiera podido defenderse largo tiempo, luego que fué requerido en nombre del Rey, inmediatamente hizo entrega de ella. Otros muchos ejemplos pudiéramos citar á este tenor, acaecidos en aquellos breves é infaustos años si bien hubo caballeros que siguieron diferente conducta; pues la Historia de España, más que la de ninguna otra nación del mundo, entre la multitud de acciones heroicas y rasgos sublimes que encierra en sus anales, nos ofrece como saludable ejemplo la historia de antiguas familias en las cuales parece que en todos tiempos estuvo vinculada la lealtad y la hidalguía, así como en otras la afición á los desórdenes.

Siguiendo el de Lara su criminal carrera, por saciar su insaciable ambición, escudado con la Augusta persona del joven Rey y creyéndose seguro en el mando todavía por largo tiempo, como para poner el colmo á tantos desmanes y desafueros, mandó ahorcar á un hombre que la Reina había enviado en secreto cartas á su hermano para saber de su salud y le informase de las tropelías é injusticias que á su nombre se estaban cometiendo; hasta llegó á amenazar con cercar á la Reina en el castillo donde estaba retraída. Tales alborotos traían revuelto todo el Reino, de lo cual eran el resultado inmediato los robos, los asesinatos y todo género de maldades. Pero la Providencia divina que en sus inescrutables arcanos preparaba á la España días más prósperos y bonancibles, puso fin de la manera más inesperada á la odiosa dominación del Regente. Estando D. Enrique un día jugando con algunos servidores de su misma edad, en el patio del Palacio episcopal de Palencia, una teja desprendida del tejado le cayó sobre la cabeza causándole una herida grave, de la cual murió á los once días, el 6 de junio de 1217. El Conde de Lara, ya fuera por prolongar su gobierno algunos días, ó bien para ganar tiempo y prepararse á imponer condiciones á sus contrarios se llevó el cadáver del Rey al castillo de Tariego, y desde allí, como si viviese, continuaba despachando á su nombre los negocios del Estado. No pudo ocultar por mucho tiempo la muerte del Rey, cuya desgracia, habiendo llegado á oídos de doña Berenguela, inmediatamente despachó á D. Lope de Haro y á D. Gonzalo Ruiz Girón para que suplicasen á su marido el Rey de León, del cual se hallaba divorciada, como antes queda dicho, que le enviase á su hijo D. Fernando. Era esta misión muy delicada. Por muerte de D. Enrique quedaba heredera del trono de Castilla doña Berenguela, y con sobrados fundamentos, como se vio después, recelaban que el Rey de León pretendiese á nombre de su mujer el Gobierno de Castilla; por lo cual era necesario separar á don Fernando de su lado, sin que llegase á saber la muerte de don Enrique. Así lograron ejecutarlo los dos caballeros encargados de tan importante misión.

Himno Guardia Civil